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Viaje al epicentro del terremoto

  • El reportero de EL MUNDO accede a la zona más afectada por el seísmo de Nepal

  • Se trata de la ciudad de Gorja, que ha quedado llena cadáveres bajo las ruinas

Tareas de rescate en Nepal VÍDEO: ATLAS

JAVIER ESPINOSA Enviado especial Montañas de Gorja (Nepal)

Actualizado: 30/04/2015 09:21 horas

Ram Shirmal no falleció a causa de la enfermedad. Murió aplastado en su cama bajo decenas de ladrillos. Su esposa, Lila Kumazy Shirmal, ni siquiera se enteró de su deceso hasta 24 horas más tarde. „Llevaba varios días vomitando. Estuvo el viernes en el hospital. Se solía quedar a dormir tras el desayuno”, explicó la viuda.

Tras el terremoto, Kumazy pensó que Ram había regresado a Gorja. Tan sólo comenzó a preocuparse al caer la noche y ver que no volvía.

A la mañana siguiente, al constatar que dos de sus búfalos y una cabra también habían muerto en el colapso de la humilde vivienda, Lila alertó a sus vecinos. Los chavales comenzaron a escarbar la montaña de cascotes con las manos. Al cabo de una hora descubrieron el cadáver. Fue entonces cuando Lila se desmayó.

Como el resto de habitantes de la aldea de Mani Pani, Lila habita ahora en un chamizo de plástico, durmiendo sobre pajas. Mani Pani es uno de los incontables villorrios del distrito de Gorja -el epicentro del terremoto que azotó a Nepal el pasado fin de semana- que ya no existen.

Gorja, la emblemática villa del „fundador” de la nación asiática, el rey Prithvi Narayan, ha resistido el embate de la naturaleza con daños menores. Pero en los villorrios del entorno la devastación es absoluta.

Un grupo de nepalíes espera a recibir ayuda de un helicóptero indio. Afp

Las habituales viviendas de esta región, construidas con barro y piedras sobre las laderas de las montañas, no pudieron soportar el movimiento telúrico.

La imagen se repetía en el recorrido por la zona. Cientos y cientos de casuchas enfondadas. Las más afortunadas con los muros derruidos, pero todavía erguidas. En Mani Pani, por ejemplo, sólo se salvaron las tres edificaciones más modernas. En Botini Narisur, el colegio.

La estimación oficial es concluyente: el 70% de las viviendas en este distrito han sido destruidas.

„No murió más gente porque ocurrió por la mañana y aquí todo el mundo sale muy pronto a trabajar en el campo. El único que se quedó en casa fue Ram y por eso murió”, aduce Anita Sirmal, otra habitante de Mani Pani.

Esta es una hipótesis que repiten casi todos los campesinos consultados y que concuerda con las cifras que manejan las autoridades locales. Hasta ahora sólo han registrado poco más de 400 muertos entre los 350.000 habitantes del distrito, aunque todavía restan varias zonas sin explorar. „Si hubiera ocurrido por la noche estaríamos todos muertos”, precisó otro de los vecinos de Mani Pani.

„No murió más gente porque ocurrió por la mañana y aquí todo el mundo sale muy pronto a trabajar en el campo”

Hiya Sirmal también se encontraba en el diminuto pueblucho. Recuerda cuando „la tierra comenzó a moverse” y como comenzó a „gatear”. „Veía como se caían las casas de una en una. Parecía una película„, añade la joven de 23 años. Gorja ha dejado de ser referente turístico para convertirse en un escenario más propio de un conflicto bélico. Los helicópteros no cesan de sobrevolar la región montañosa, que también patrullan los soldados del ejército local.

Un aparato de la fuerza aérea de India aterrizó a media mañana en una improvisada pista ante la expectación de decenas de aldeanos que esperaban recibir alguno de los paquetes de alimentos que acarreaba.

La asistencia a los supervivientes del seísmo se ha convertido en el mayor desafío de esta tragedia, ya que según la ONU hasta ocho millones de nepalíes han sufrido los efectos de la catástrofe y 1,4 millones necesitan ayuda alimentaria.

Pero la mayoría de las aldeas visitadas en los alrededores de Gorja no han recibido todavía ningún tipo de ayuda. „Los vemos pasar de un lado al otro (a los helicópteros), pero no sabemos a donde van”, manifestó un habitante de Botini Narisur, otro enclave cercano a la citada ciudad.

Las tareas de auxilio se enfrentan a un escollo mayor. Esta es una zona tan recóndita y escarpada como mal comunicada. El único acceso para muchos de estos caseríos son caminos imposibles. Sólo pueden ser transitados por jeeps o motocicletas. A algunos tan sólo se llega caminando por trochas.

Caminatas a través de ruinas y ruinas. Casas donde camas, sillas o calderos sobresalen entre los escombros. En Botini Narisur, los vecinos seguían rescatando sus escasas posesiones cuatro días después del seismo. Las apilaban sobre los campos cultivados y las cubrían con lonas de plástico.

La población local ha aprendido rápidamente a canibalizar las moradas derruidas. De sus restos han sacado los maderos, las planchas de hojalata y los plásticos con los que han construido las chozas en las que se han refugiado.

La población local ha aprendido rápidamente a canibalizar las moradas derruidas

En cuestión de segundos su vida ha retrocedido en el tiempo. Nunca fue una existencia boyante, pero ahora están sumidos en la miseria más desoladora.

Tampoco se podría prever un futuro lustroso para los residentes de la urbe de Gorja. Hasta el imponente castillo de Gorja Durbar -ubicado en una colina cercana- amenaza con desplomarse. Este fue el centro del poder del rey Prithvi Narayan en el siglo XVIII. Desde aquí conquistó todo Nepal.

Varios muros se han hundido y las paredes del edificio principal están surcadas por las grietas. Una espectacular falla atraviesa el suelo y serpentea en torno al complejo.

„Salgan de aquí rápido. Es peligroso”, advierte uno de los militares que custodia la edificación.

Una antigua ruta de hippies

La carretera que conduce desde Katmandú a este distrito sito a 80 kilómetros al oeste de la capital es la misma que continúa hasta Deli. Décadas atrás fue la ruta frecuentada por los hippies que acudían a Nepal atraídos por su encanto. Un bucólico recorrido por una camino que zigzaguea a la vera del río.

Ayer era un continuo trajín de autobuses, camiones, coches y hasta motocicletas repletas de pasajeros que abandonaban Katmandú. Vehículos tan abarrotados que era común ver a los autocares con decenas de personas viajando encaramadas en el techo. Un sorprendente éxodo de ciento de miles de personas que se dirigía hacia las regiones más castigadas por el terremoto.

„¿Por qué? Porque la gente quiere saber que ha pasado con sus familias. Yo no he podido hablar con mis padres. Se que de las 1.500 casas sólo han quedado en pie unas 50. Prefiero morir con ellos, que sólo en Katmandú”, comentó Yuba Raj Adhiram, uno de los jóvenes que marchaba hacia Gorja.

Los poblados que jalonan la vía no parecen haber sido especialmente castigados por el temblor. Pese a ello, miles de personas han decidido instalarse en tiendas de campaña frente a sus casas ante el temor de que se reproduzcan los movimientos de tierra.

„Estamos aterrados. Habíamos oído hablar de lo que era un terremoto. Ahora sabemos lo que significa„, añadió Yuba.

 

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